viernes, 18 de junio de 2010

20 DE JUNIO - DÍA DE LA BANDERA

Vivimos rodeados de símbolos; insignias que representan hechos, sucesos, hombres que lucharon, fallaron y volvieron a intentarlo una y otra vez. Representan quizás a un equipo deportivo, organizaciones, grupos de personas. Pero todos con un fin común: mostrarle al resto su propia identidad. Y cuando menciono identidad me refiero a lo que justamente nos hace ser como somos, nuestra esencia, la manera de expresar y justificar lo que realmente somos y queremos ser.
Desde los inicios, el ser humano comenzó a representar símbolos dentro de sus posibilidades. Primero, pintó los colores de su identidad sobre sus mejillas para distinguirse de otros hombres en la batalla y quizás también por el simple hecho de querer transmitir su identidad adueñándose de esa insignia de una manera tan personal como la de dibujarla sobre su piel. Luego decidió pintarlas sobre una superficie. Así pasaron los árboles, los suelos, las rocas y finalmente se volcó a las telas.
De esta manera se diferenció de otros hombres, más tarde buscó colores para distinguir un bando de otro en las batallas a través de los estandartes; con el tiempo esos estandartes fueron bastiones y representaron naciones. Y esos colores que habían comenzado en la piel, cubrieron de gloria a países enteros.
El 20 de junio de 1820, Manuel Belgrano se murió con la Patria en los labios, pobre y olvidado sin saber que la posteridad honraría su memoria cuando ya fuese demasiado tarde. “Ay, Patria mía”, susurró Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano en su lecho de muerte. Como una profecía, un vate o un oráculo, vio venir un país dividido que aún hoy está buscando cicatrizarse con un símbolo de paz.
Ocho años antes de aquel día, el 27 de febrero de 1812, Belgrano entendió que no podía enfrentarse a los extranjeros sin colores propios y enarboló gloriosa e imponente la Bandera Nacional que el Ejército juró ese día en Rosario. Sin saberlo grababa a fuego su nombre y su propia identidad en los libros de Historia. Esa historia celeste y blanca que tantos altibajos tuvo y tiene; esa historia que cuando más los necesitó tuvo a sus próceres vigentes más allá del mármol de las estatuas. Es justamente esa historia, sus narradores y espectadores, los que tienen que retribuirle a los padres de nuestra patria, de alguna manera, la existencia de nuestra identidad ante el mundo.
Yo no quiero ver a mi bandera a través de una vitrina almidonada, no quiero verla en una mañana escolar izarse sin emociones, no la quiero ver rota ni quemada, porque si Belgrano soñó la bandera como un símbolo de identidad, esa bandera tiene que estar en las camisetas de cada uno de los argentinos, en los manteles de los comedores públicos de la gente con hambre, tiene que ser la frazada de los que no tienen abrigo, el orgullo de los que se llenan la boca hablando y prometiendo honrarla con un futuro mejor para nuestra patria. Si Belgrano soñó la bandera como un símbolo, no busquemos, como dice la canción: “ni un viejo camisón, ni alguna religión, ni un sueño en el placard”; busquemos ese símbolo de paz en los ojos del otro porque, después de todo, y especialmente un día como hoy, todos los argentinos tenemos la mirada celeste y blanca.


Luz Lucarini
4to. año

1 comentario:

Lic.Verónica Wolgeschaffen dijo...

Luz: tus palabras me llenaron de esperanza, especialmente viniendo de alguien tan joven como vos. Quería dejarte este comentario para expresarte que es un gusto leerte y saber que entre los alumnos de nuestro querido colegio hay jóvenes como vos, que pueden hacer la diferencia desde la palabra. Te felicito y te saludo con orgullo.
Prof. Verónica Wolgeschaffen.